domingo, 16 de agosto de 2015

día del niño

El primer diente cayéndose y la espera del ratón Pérez; la primera cicatriz, en un pequeño pero memorioso labio; el café con leche derramado de - casi todas - las mañanas y ese despertar tan enérgico y malhumorado; el primer juguete, quien casualmente fue su mejor amigo; el primer diario íntimo, de felpudo rosa, quién como su mente, se encontraba repleto de puras incoherencias, quizás de aquellas más sanas que cualquiera pudiese tener; las primeras peleas, tan tontas pero tan trascendentales; el primer - y quizás - último rechazo junto con la prematura "ruptura amorosa", acompañado de un patético poema de amor; aquella espontánea amistad, que afortunadamente duraría toda la vida; aquel gran problema que se veía tan pero tan gigante que la asustaba hasta provocar un intenso llanto... Toda esa fuente de curiosidad inherente a su temperamento que le otorgaba un poder tan inmenso que ni ella misma era consciente de ello... Y toda esa ingenuidad y ternura que hacía que su malhumor se opacara ante los ojos del resto... Y al pasar el tiempo, se dio cuenta de que, quizás, quizás el ratón Pérez seguiría pendiente de la caída de algún otro diente; de que quizás las cicatrices seguirían sumándose; o de que quizás el café con leche jamás dejaría de derramarse y de que su malhumor y enérgico ánimo díficilmente lograrían desvanecerse; se dio cuenta de que quizás ese mejor amigo al cual acudir en sus momentos más solitarios siempre seguiría siendo ese pequeño oso - ya un tanto viejo - que cargaba en sí años de intensa sabiduría; se dio cuenta de que quizás jamás libraría a su mente de aquellas incoherencias y de que quizás jamás dejaría de escribir en ese pequeño diario; se dio cuenta de que quizás esas peleas tontas seguirían siéndolo pero de que jamás dejarían de tener importancia; de que quizás seguirían existiendo más rupturas amorosas pero ya no tantos patéticos poemas de amor; de que probablemente aparecerían esas espotáneas amistades pero que ya no todas durarían toda la vida; y de que quizás los problemas tan inmensos verdaderamente no lo eran pero que de todas formas, podría seguir llorando... Y se dio cuenta de que, quizás, toda esa curiosidad inherente a sí misma jamás se borraría: la cargaría consigo tanto tiempo que podría terminar volviéndose, incluso, una sabia espectadora de la encantadora inocencia y ternura de algún otro niño... o incluso... de ella misma.

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